sábado, 7 de octubre de 2017

Malquerencia



Y por más que se le desgañite el corazón, si es que el corazón se puede desgañitar, enmudecer de tanto gritar, de inquietarse a todas horas, no se puede hacer nada si ese alguien a quien van remitidas tales señales de afecto permanece inmutable.

Luisana Pérez

 Ella, Gladymar, no escucha. Bueno, escucha pero se hace la desentendida. Ya le hemos dicho a Javier que no gaste pólvora en zamuro, pero él sigue haciendo malabares para captar su atención. Hasta se ha metido en cuentas enormes para comprarle regalos costosos. La sortija de oro que le regaló la dejó ahí, ahí en el mostrador. Coño, entiende, nunca te ha querido y nunca te querrá. Asiente con la cabeza, enarca las cejas pobladas que se gasta, y me habla con esa voz lacerada que alguna vez tuve. ¿Por qué no te vas por un tiempo? No hay lumbre que dure hasta la eternidad. Acepta esta plata, paga tus deudas y vete. Pero ni acepta la plata ni me escucha. Juega con la sortija, la hace girar. Lo miro como viéndome a mí mismo en la juventud. Lo dejo solo. Ya bien entrada la noche: la sortija continúa girando. 



 Francisco José Aguiar